Murió Charles Mason a los 83 años de edad luego de permanecer por 46 años en prisión. Este hombre fue el autor intelectual de una serie de asesinatos –perpetrados por sus seguidoras- en 1969 en Los Ángeles; entre las víctimas de la “Familia Mason” se encontraba Sharon Tate, exitosa actriz que estaba casada con el director Roman Polanski y de quién se encontraba con ocho meses de embarazo.
Los asesinatos ideados por Manson se han transformado en todo un culto al horror y en su tiempo causaron gran polémica en Estados Unidos. Se han escrito una innumerable cantidad de libros y estudios, de la misma manera, se ha prestado para series de televisión y películas.
Dentro de todo este análisis del terror, desde Mason hasta los casos que han acaparado las noticias en los últimos meses, los expertos han descubierto que existe un patrón que, por años, autoridades y especialistas se han negado a aceptar: el abuso.
El propio Mason es fruto de una infancia que no se le desearía a nadie: nacido de una joven de 16 años, jamás conoció a su padre y fue abandonado cuando apenas tenía seis años. Pasó toda su infancia en instituciones gubernamentales y de ahí pasó a reformatorios debido a una conducta violenta que comenzó a manifestar desde muy temprana edad.
Esta pauta parece repetirse en casi todos los casos: niños que sufrieron el acoso y la perversión de adultos y que se desarrollan en un mundo donde esto es lo normal. Infancia es destino, dice el dicho, y en estos casos una infancia de abusos y violencia sólo genera un adulto abusivo y violento.
De la misma manera otro de las denominadores que han encontrado es que la gran mayoría de los asesinos masivos cuentan con historial de abuso a parejas, padres e hijos. Prácticamente todos los que han tomado la decisión de salir a la calle y matar gente de manera aleatoria, cuentan con un historial de abuso familiar, de intervenciones de la policía, de visitas a hospitales con pretextos inventados.
Va siendo ya casi una regla; la alarma previa al caso del multihomicida: una persona que golpea y abusa a su propia familia.
Esta es la gente que debe de ser fiscalizada, a la que no se le puede quitar el ojo de encima y a la que no se le deben de vender armas.
Las señales están ahí, los individuos que están a punto de ser explosión son muy visibles. Lo que hace falta es aislarlos y tratarlos. Este mal sólo se puede solucionar poniendo atención a cada esposa golpeada, a cada niño violentado.